El próximo 7 de marzo, dará comienzo en la sede de Naciones Unidas, la cuarta y última ronda de negociaciones para finalizar el texto del futuro Tratado Global de los Océanos. Un tratado que podría allanar el camino para la protección de las zonas donde se concentran las ballenas fuera de las fronteras nacionales, que cubren 230 millones de kilómetros cuadrados, el 64% de nuestros océanos. Actualmente, menos del 3% de estas aguas internacionales están protegidas.
El vasto territorio que es la alta mar y la distancia entre las áreas de alimentación y las áreas de reproducción adecuadas hace que muchos animales marinos como las ballenas viajen distancias increíbles. Las ballenas se encuentran entre los grandes nómadas de alta mar, algunas atraviesan cuencas oceánicas enteras, congregándose en puntos críticos oceánicos como la Antártida. En su día, la industria ballenera fue la primera en descubrir estas abundantes concentraciones, cazando cachalotes a través del afloramiento ecuatorial del Pacífico o ballenas francas en las transiciones oceanográficas entre el Atlántico sur y el océano Antártico. La propuesta de protección de Greenpeace del 30% de los Océanos para 2030 incluye modernos análisis de satélites, seleccionando estas “carreteras” o rutas migratorias para proteger las ballenas.
El Tratado Global solventaría, según los ecologistas, problemas de gestión como ocurre, por ejemplo, en el Santuario de Ballenas de Pelagos, establecido en 1999 y que cubre 87.500 km2 a través de un acuerdo conjunto entre Francia, Italia y Mónaco con el objetivo de proteger a los rorcuales y otros cetáceos, y tiene la distinción de ser la primera Área Marina Protegida (AMP) en alta mar del mundo. Sin embargo, esta distinción se ve empañada por el hecho de que es legalmente débil, dado que la gobernanza del área no permite el desarrollo de una forma de gestión verdaderamente internacional y, a veces, se describe como un «parque de papel», señala Greenpace en un comunicado.
Los conservacionistas insisten en que, si bien las áreas marinas protegidas de pequeño tamaño pueden brindar múltiples beneficios, el establecimiento de Santuarios de gran tamaño en alta mar es crucial si se quiere abordar la profundidad, la amplitud y los impactos acumulativos de múltiples amenazas a las ballenas en una variedad de escalas. Un ejemplo, la protección del mar de los Sargazos, donde el ‘bosque dorado flotante’ de la maleza Sargassum proporciona alimento, refugio y vivero para especies como las ballenas, tortugas, aves marinas, tiburones y atunes, es más fácil de proteger con áreas marinas protegidas de gran tamaño. De la misma manera, el mar de Weddell en la Antártida, cuya protección sigue bloqueada desde 2018 y que es zona fundamental para la alimentación de las ballenas por la concentración de kril, base de su alimentación, abarca una superficie a proteger donde se concentra la mayor biomasa de este crustáceo. En un informe reciente de Greenpeace se denuncia que en los últimos 40 años, se han pescado 8 millones de toneladas de kril en la Antártida, robando un alimento fundamental para las ballenas.
Los grandes Santuarios para las grandes ballenas pueden proteger amplias proporciones de distribución de estas especies y proporcionan corredores protegidos que conectan diferentes hábitats de una manera que las áreas más pequeñas no podrían. Así se mitigan y resisten mejor, por ejemplo, a cambios asociados con el aumento de temperaturas u otros cambios ambientales. Dados los rápidos impactos del cambio climático, el aumento de la presión humana y la industrialización de las aguas internaciones con la pesca o la minería submarina y los impactos acumulativos de todos estos diferentes factores de estrés, los Santuarios, al proteger franjas de océano ecológicamente funcionales, actúan como una póliza de seguro para el futuro de las ballenas.