La crisis del coronavirus casi ha paralizado el mundo, aunque hay zonas en las que el movimiento se mantiene en niveles habituales, como puede ocurrir en el Estrecho de Gibraltar, uno de los lugares más concurridos del planeta.
Vigilantes de todo lo que ocurre en él se encuentra un reducido equipo de profesionales que desde el Centro de Control de Salvamento Marítimo de Tarifa – y ahora también desde sus casas – se mantienen pendientes 24 horas al día por si se presenta cualquier emergencia que haya que atender, casi siempre con celeridad por el peligro que pueda entrañar.
Peligro, pero de contagio, también corren ellos, los operadores, de ahí que tengan que mantener la máxima precaución para no contraer el Covid-19 y que se pueda ver afectado el resto de compañeros y, por tanto, salga seriamente perjudicada una actividad esencial.
La principal medida preventiva ha sido, más allá del uso de material de protección, reducir el turno de tres a dos personas, manteniendo a un compañero en casa para evitar un posible contagio en la sala de control.
En este tiempo de confinamiento y estado de alerta las embarcaciones con inmigrantes han elegido otras zonas para alcanzar las costas españolas, dirigiendo ahora su objetivo hacia las Islas Canarias, por lo que el tránsito en el Estrecho prácticamente ha caido por completo en este ámbito. Tampoco se divisan barcos de recreo, que ya en esta época suelen verse con más frecuencia surcando las aguas de la zona, pero que ahora están amarrados por obligación. No se puede decir lo mismo – en absoluto – del resto de movimientos de buques, principalmente mercantes, aunque las escalas en los puertos son menos duraderas.
De todo ello nos habla Azucena Solano, que, entre pantallas que recogen el tráfico marítimo, teclados y teléfonos, toma su móvil para atender la videollamada de EL ESTRECHO DIGITAL, desde donde queremos reconocer la meritoria labor de un colectivo que desempeña una función silenciosa pero crucial en la actual situación que todos estamos padeciendo.