Me gusta Gibraltar. Me gusta «as she is, where she is», y me gusta por varias razones: porque creo que es saludable tener competencia, porque reconozco que se crean oportunidades para los de aquí que a veces llegan de allí, que en mi sector no son pocas, pero sobre todo me gusta por la forma que tienen de defender lo que entienden es «su futuro». Saben que nadie lo hará por ellos y que si no lo hacen se los comen. Obviamente hay muchos matices políticos, legales, históricos y todo lo que se quiera, no me malinterpreten. Me refiero al hecho de que ellos no se quedan sentados esperando a verlas venir o a que otros les solucionen la papeleta… y por Dios que hacen bien. Me pueden gustar más o menos las formas y los fines perseguidos, pero ojalá nosotros lo tuviéramos tan claro. Lo nuestro es distinto. Nos encanta perdernos en debates estériles, nos va la demagogia, nos mueve el interés propio y nos quedamos absortos ante la profundidad de nuestros ombligos y la enorme sombra que proyectan nuestros egos mientras esperamos que la solución caiga del cielo. Y como de costumbre, unos por otros y la casa sin barrer.
Hace más o menos un año formé parte de una comitiva de empresas que exigía a la Autoridad Portuaria soluciones ante la menguante disponibilidad de atraques que estábamos padeciendo para llevar a cabo cierto tipo de escalas (no sólo del contenedor vive el hombre) y no puedo por más que alegrarme por el Plan Director de Infraestructuras que han anunciado. Y ya no sólo por la perspectiva de alternativas nuevas, sino porque ése es el camino y ésa es su obligación. Asegurar el futuro construyendo el presente. No es menos cierto que estos años he participado en otras varias que demandaban un fondeadero exterior y lo que entonces planteábamos también como una posibilidad de crecimiento y desarrollo, hoy es una necesidad y condición inexorablemente unida a la ampliación anunciada . Y también firmé un Manifiesto por la mejora de las infraestructuras ferroviarias y lo que entonces era (y sigue siendo) una demanda legítima hoy es una necesidad dramática y realidad vergonzosa (aunque Isabel se manifiesta sola cada tarde, ejemplo claro de lo que aquí trato de describir). Y no nos olvidemos de que ya tenemos zona franca, aunque lleve meses vacía de empresas. Estos días me pregunto qué ocurriría si el Gobierno de Gibraltar ( o el de Valencia o el de Cataluña o el de Portugal) a través de alguna empresa se hiciera con todos esos miles de metros cuadrados y los ofreciera a sus empresas a precios ultra competitivos y todo tipo de facilidades. Seguramente nos rasgaríamos las vestiduras al grito de «¡¡invasión!!» en vez de mirar hacia el nuestro y preguntarle: ¿y por qué no lo hiciste tú?
Y en éstas seguimos.
Yo apoyo al presidente Landaluce y al Plan Director siempre y cuando obviamente cumpla con todas las normas que tenga que cumplir. Prefiero ésto a quedarme sentado viendo cómo nos pasan por ambas bandas los puertos con los que queremos competir, los cuales saben encontrar soluciones. Tenemos los medios y tenemos algo que ninguno de ellos tiene: la situación geográfica. Si yo, que en mi juventud me cansé de gritar «Gibraltar, Español» y con la madurez y objetividad que dan las canas y las responsabilidades, he sido capaz de ver las cosas con otra perspectiva, cualquiera lo puede intentar respecto a cualquier otro tema que le inquiete.
Sin duda, también podemos seguir frotando la lámpara a ver si sale un genio (aunque sería imposible ponernos de acuerdo en los tres deseos y no llegaríamos a pedir ni el primero). Y al final, si algún día la roca cambia de estatus, siempre podremos subir a lo más alto a otear el horizonte con la esperanza de ver venir los barcos que quizás ya nunca vengan y pensar con melancolía que cuando pudimos, no quisimos ..o no supimos. Y desde San García se seguirá viendo lo mismo que se ve ahora si uno va allí: nada.