Más del 90 % de las poblaciones de peces del Mar Mediterráneo y el 40 % de que se encuentran en aguas europeas del Atlántico sufren sobreexplotación pesquera, según los ecologistas. A esto se unen los efectos del cambio climático en el sector de las pesquerías.
Entre las especies más afectadas destaca el atún rojo, que está en peligro de extinción, y las anguilas europeas, entre otras especies depredadoras como el salmón de río. Pero no son las únicas. Otro pez habitual en la cocina española, el voraz besugo (Pagellus bogaraveo), no es inmune ni a la explotación antropogénica ni a los cambios ambientales.
Un equipo de científicos ha comprobado que la sobreexplotación pesquera es la principal responsable de este descenso
La comercialización de este pez, que vive a profundidades de 400 a 700 metros, empezó en los años 80 y, desde entonces, se ha convertido en un objetivo importante de la pesquería de palangre, sobre todo en el estrecho de Gibraltar, por su alto valor comercial y gastronómico. Pero la abundancia del besugo ha sufrido una marcada variabilidad a lo largo de los años, llegando incluso al colapso.
Un equipo de científicos españoles y marroquíes ha analizado entre 1983 y 2016 la relación entre los cambios en la abundancia de esta especie y los parámetros ambientales o antropogénicos derivados de la pesca. El estudio, publicado en la revista Journal of Marine Systems, ha permitido comprobar si la causa es la explotación pesquera o la inestabilidad ambiental.
“Para toda población piscícola sometida a explotación en un contexto de cambio climático es sumamente difícil desagregar el efecto de la pesca y del ambiente sobre la abundancia”, subraya a Sinc Juan Carlos Gutiérrez Estrada, investigador en la Escuela Técnica Superior de Ingeniería en la Universidad de Huelva y coautor del trabajo.
Los análisis indican que el principal factor responsable de la drástica disminución en la abundancia de besugo en el Estrecho de Gibraltar es la sobreexplotación del recurso, informan los autores. Las condiciones ambientales tuvieron un efecto puntual que, dependiendo del año, favoreció o dañó la recuperación de la población.
Para llegar a estas conclusiones, los científicos emplearon el programa SimFish 1.0, que simula los ciclos de vida, la abundancia y la biomasa de una población de peces, teniendo en cuenta la dinámica del crecimiento de la población, la estructura por edades, la relación entre desove y reclutamiento, la mortalidad natural y por pesca.
Una sobreexplotación que dura décadas
Los resultados confirman que en parte del período de estudio, cuando el componente de la sobrepesca no explicaba la variación en la abundancia del besugo, lo hacían los parámetros ambientales en esos años.
De 1983 a 1991, la biomasa total simulada de este pez sufrió un descenso, alcanzando valores entre 890 y 2.700 toneladas, muy inferiores a los valores iniciales proporcionados por las simulaciones, situados en unas 5.000 toneladas.
“Esta marcada disminución en la biomasa coincidió con el período en el que se expandió geográficamente la cría de besugo y creció la presión de la pesca debido a una legislación muy permisiva que permitía capturas con un tamaño mínimo de solo 25 cm. Esto conllevó niveles de explotación insosteniblemente elevados en un período de 8 a 10 años”, sostienen los autores en el trabajo.
Tras este colapso, las simulaciones indican una recuperación en la biomasa entre 1999 y 2007, que coincide con un nivel bajo de capturas, cuyo total permitido se redujo de 1.000 toneladas a 850. En parte esto se debió a las medidas que se tomaron para fortalecer las poblaciones y a una legislación más restrictiva: “España aumentó el tamaño mínimo de captura a 33 cm y se redujo la pesca, acortando la temporada a 140 días”, indica el trabajo.
Sin embargo, entre 2008 y 2011 las capturas volvieron a aumentar y la biomasa volvió a disminuir. En los años posteriores se produjo una disminución a la baja de la abundancia de besugos sin que esta pareciera recuperarse, a pesar de que las capturas no superaban las 40 toneladas por mes, es decir, que mantenían niveles similares a los de 1999.
Los científicos atribuyen este declive continuado a un cambio en el estado de la población que pudo producirse por la perturbación intensa que generó la pesca en los años anteriores.